Centros de cultura contemporánea y democracia

El contexto institucional del mundo de la cultura contemporánea ha estado en los últimos tiempos en horas bajas. Casos como la designación a dedo del CCCB, la inanición en la que se encuentra el CAAC de Sevilla en su 25 aniversario,  la ratificación de la mala gestión y rapiña de la Bienal de Arte Contemporáneo de Sevilla (BIACS), la censura en el MACBA o el mobbing laboral que vimos en La Laboral son solo algunos ejemplos de cómo el sistema institucional está caduco y ensimismado en su propio modelo. Lo necesario es solicitar una abdicación, un cambio de ciclo, abrir procesos constituyentes y propiciar espacios de intervención diferentes.

Este texto tiene dos puntos de partida. Por un lado, denunciar públicamente la situación en la que se encuentra el conocido como C4 de Córdoba. En Enero de 2015 nos presentamos al concurso de asesoramiento artístico del centro (con una propuesta colectiva firmada como ZEMOS98) y después de haber dado poco tiempo el concurso quedó declarado desierto. Aceptamos que nuestro proyecto no fuera válido, pero, aunque lo hemos solicitado, nunca recibimos una argumentación técnica de porqué nuestras ideas, esquemas, propuestas ni siquiera obtuvieron la puntuación mínima para ser considerado apto (puntuamos 27 sobre 85, siendo 30 el mínimo para que no quedara desierto). Solo hemos conseguido las actas de calificación del comité asesor, formado por tres hombres de la cultura andaluza (José Lebrero Stals – director del Museo Picasso Málaga-, Pablo García Casado – director de la Filmoteca de Andalucía- y José Antonio Álvarez Reyes – director del Centro Andaluz de Arte Contemporáneo -). En el C4 de Córdoba se han invertido más de 20 millones de euros desde 2008 y aún sigue cerrado. Lo que es más grave es que la Consejería de Cultura de la Junta de Andalucía solo ha convocado una sola vez en todo este tiempo (en el pasado mes de Septiembre) a algunos agentes del sector del arte para hablar del futuro del mismo. ¿Tiene sentido que quienes presentamos propuesta ni siquiera hayamos sido invitados a pensar cómo poner en marcha algo para lo que la Junta ha demostrado no estar preparada?

Durante más de un año quisimos dar una explicación pública a todas las personas que escribieron en menos de 10 días cartas de apoyo a nuestra candidatura. Esperamos que este texto contextualice la situación (y nuestra posición en la misma) para dichas personas. Al final de este texto encontrarán los agradecimientos pertinentes.

El segundo punto de partida es que queremos poner en valor algunas ideas que hemos construido colectivamente en el seno de ZEMOS98 con el fin de proyectar cuáles serían las claves para pensar los centros de cultura contemporánea en el momento que vivimos y para compartir reflexiones y nociones que tenemos claras por si alguna vez somos capaces de establecernos como espacio.

Sin democracia no hay cultura

La base social de un centro de cultura contemporánea no puede ser el cerrado (y en muchas ocasiones ensimismado) mundo del arte. El mundo del arte no existe separado del mundo de la precariedad, del mundo de la estafa financiera o del mundo de los desahucios. Así que ¿a quién beneficia encasillar a los artistas en una especie de corral en el que te permiten ser libre pero solo dentro de la granja? Al dueño de la granja. Si solo se puede ser “libre” dentro del arte, el arte no tiene sentido. Si el arte es una herramienta para transformar, cuidar y agenciar de manera transversal la sociedad, entonces sí nos interesa.

La actualización de los procesos democráticos en los modelos de gobernanza de una  institución de estas características es urgente. El documento conocido como de “Buenas prácticas” creó un cierto consenso en torno a la idea de que un centro de arte debe elegir su director a partir de una convocatoria internacional y abierta. Otro aspecto fundamental de dicho documento es que establece cuotas de participación a los agentes del mundo del arte.  Parecen medidas razonables pero es un documento revisable sobre todo porque se invoca en vano demasiadas veces. ¿Es posible y deseable hacer un concurso internacional de contrato/programa siempre y a toda costa? ¿También en un centro sin un plan director hecho desde el terreno y contando con las circunstancias contextuales? Cuando estamos hablando de un centro nuevo, ¿qué es lo primero? ¿el órgano colegiado -patronato- o la dirección y su correspondiente contrato/programa? ¿Vamos a seguir manteniendo un protocolo que no cumple la ley en temas de igualdad de género? ¿Vamos a ser capaces de construir y permitir direcciones colectivas de una vez?

Por otra parte, la defensa de lo público y sus espacios no debería poner freno a un proceso de renovación que necesitan dichos espacios y dichas instituciones, o dicho de otro modo: hay que apostar por la imaginación administrativa. Las leyes permiten hacer mucho más de lo que normalmente se hace, hay directivas europeas que no se aplican y la cooperación interinstitucional diversa (entre instituciones de pequeño, mediano o gran formato) está por explorar. Esos son sólo algunos ejemplos. Debemos pasar a un modelo más posibilista y aplicar imaginación política para desbordar los habituales “esto no se puede hacer”. La administración cultural no puede confundir el control de gasto con la inoperatividad y la burocratización de cualquier procedimiento. Es importante acometer reformas en este sentido. Es la única forma de dar un mejor servicio público a la ciudadanía.  

Una de las cuestiones que ha sido más invocadas en los procesos de renovación democrática ha sido la transparencia. Tanto, que a veces la sensación de que fuera planteada exclusivamente como una cuestión económica. Y ésa ya está marcada por Ley. Cualquier centro de estas características debería tener su mandato claro de transparencia en lo administrativo. Eso se da por descontado en una cultura de datos. Pero además debería aspirar a ser transparente en sus formas de hacer, en sus investigaciones, incluso en las actas de sus órganos colegiados o en cualquiera de sus procesos…¿Por qué no se archivan y documentan las prácticas y los modos de hacer para que así puedan ser replicadas en otros contextos? ¿Por qué cuesta tanto publicar en abierto y en formato accesible publicaciones que han sido financiadas con fondos públicos? ¿Por qué sigue funcionando cierto grado de exclusividad para acceder a cierta información? ¿Por qué no se trabaja para construir archivos vivos y así fomentar la cultura de red?

Hace falta una cultura más democrática en el día a día de los centros de cultura, incluir evaluaciones y estar vigilantes de cómo continúa aquello que se eligió de manera más o menos democrática. Los procesos revocatorios deben poder articularse así como los espacios para el ensayo de una democracia más avanzada, presupuestos participados, consejos consultivos y vinculantes, procesos más lentos, sí, pero también más coordinados, más coherentes y más resistentes ante cualquier eventual amenaza del propio discurso del centro y de los intereses personalistas.

Cuidado y mediación en el ecosistema cultural

El programa de actividades públicas de un centro forma parte de un ecosistema cultural. La institución suele ser un elemento fuerte, tanto de agregación como de disputa, y debe saber atender a las necesidades del ecosistema. Su ámbito determinará también los elementos que forman parte del ecosistema. Son sintomáticos lo centros de arte regionales que sólo miran a su ombligo o a lo sumo a su entorno más cercano (sabemos que es anecdótico pero es significativo que el Centro Andaluz de Arte Contemporáneo tiene su cuenta en Twitter con @caac_sevilla ¿En qué quedamos? ¿Sevilla o Andalucía? ¿La parte por el todo?). Lo mismo ocurre en centros estatales cuyo ámbito de actuación se concentra sobremanera en las capitales del reino. Y más allá del ámbito territorial, lo que se hace urgente es que los centros de cultura se dejen atravesar por la ciudadanía y dejen de marcar una distancia (a veces totalmente despótica) entre el centro y los usuarios/productores/creadores.

Pensamos en un centro de cultura contemporánea que sepa definirse dentro de un ecosistema y que ponga, además, los cuidados de dicho entorno, en el centro. Sobre todo porque normalmente será esta institución la que atesore el mayor número de recursos y eso, inexorablemente, generará relaciones de poder, normalmente con sesgo de género y de tipo precarizante. Un centro cultural debería pensarse a sí mismo tratando de asumir y visibilizar qué privilegios atesora. Poner los cuidados en el centro es también entender que la labor de la institución es la mediación de ciudadanía, productores y otros agentes y no únicamente desde la labor de la rectoría, de la fiscalización o del control.

Los procesos públicos, los programas educativos y la mediación deberían ser el epicentro de un centro de cultura contemporánea. Ya está bien de que los museos estén asentados en la exposición como único campo de intervención, sobre todo si eres un centro pequeño o con condiciones expositivas no idóneas para la mayoría de obras o si eres un centro demasiado grande cuyas paredes son difíciles de llenar. El arte expuesto llena horas de programación. ¿Cómo es posible que con los porcentajes de paro actuales no hayan responsables políticos que se hayan preocupado por los bajos índices de participación que generan los modelos expositivos tradicionales? ¿O solo estamos pensando las exposiciones para el mal llamado turismo cultural?

Por otra parte, no puede seguir habiendo una relación tan desigual en presupuesto. Hay directores de museos que se vanaglorian de su programa de actividades públicas y luego sabemos que destinan mucho menos dinero para lo que les da tanto capital simbólico. Los espacios de cultura contemporánea no pueden ser museos encubiertos porque para eso ya existen los museos. Y un aviso, cuando un centro de cultura contemporánea dice que se dedica a la exhibición y a la producción al mismo tiempo nunca se da en condiciones de igualdad: lo expositivo siempre gana más y en términos cualitativos suele generar mucho menos.

Los procesos de mediación no son el lugar para la “infantilización” de los contenidos complejos. Todo lo contrario, la mediación debe ser una investigación – acción en primera persona del plural donde los procesos de educación se dan entre pares, donde lo que se aprende de lo propuesto se integra en los procesos de evaluación de los propios proyectos, donde se comparten resultados y donde se entienden los proyectos culturales como tentativas, donde el error no es un problema sino parte de un sistema de ensayo y error, donde el único fracaso es cuando vamos ya con las conclusiones hechas antes de encarnar el proceso. Necesitamos más espacios confortables para equivocarnos en común y menos seminarios para ratificar nuestras certezas vestidas de hipótesis.

Por último y como elemento de mediación, la tecnología en los centros de cultura contemporánea no debería ser concebida nunca más como una disciplina. Es cierto que no debemos pensar centros de cultura contemporánea donde lo tecnológico no sea central, sobre todo en las prácticas y como objeto de crítica, pero tampoco se puede seguir adoptando acríticamente las novedades tecnológicas sin más. No se puede caer, una vez más, en las tentaciones del mercado para decir que estamos a la última simplemente porque nos hemos sumado a las (eternamente nuevas) tecnologías. En el estado español se han dado una serie de inversiones relacionadas con las fachadas mediáticas: Zaragoza, Córdoba, Madrid. Una vez invertido no poco dinero en tener una pared con luces led ¿qué contenido específico se ha producido? ¿qué usos? La pregunta es ¿por qué y para qué una fachada con luces? ¿Solo para lucir? No se ha pensado mucho sobre esto. El problema es que la tecnología de fachada mediática se pensó para la publicidad y la que hoy día tenemos instalada ya se ha quedado obsoleta. Por lo tanto, cuidado con caer fascinados ante dispositivos efectistas, rompiendo así la potencia de agenciamiento de la tecnología con otras realidades políticas, sociales y artísticas.

La cultura es política

Un centro cultural es un espacio político. Sea cual sea la ideología y esté organizado de la forma que sea. Por eso, en el momento actual nos preguntamos, ¿Cómo pasar de un modelo de democracia representativa (donde unos expertos eligen un director) a una democracia más activa donde el centro se hace cargo de su ecosistema y piense en modelos de gobernanza atravesados por la ciudadanía? ¿Cómo pueden los centros de cultura contemporánea espacios que fomenten la experimentación y al mismo tiempo de convivencia con la cultura popular? ¿Es posible que si un centro es de titularidad pública de una vez se responsabilice por su capacidad para liberar los conocimientos que se generan a través de archivos vivos, accesibles y libres? ¿Puede un centro de cultura contemporánea huir de la encerrada noción de “sector cultural” para relacionarse e hibridar conocimientos con otras disciplinas? ¿Puede un centro de cultura contemporánea atender a la actualidad al mismo tiempo que fomenta procesos lentos de investigación-acción-participación?

Cada cierto tiempo emergen titulares que entrecomillan declaraciones de personajes relevantes del mundo de la industria cultural alegando la no politización de la cultura. Es normal que este mensaje cale con bastante éxito para quienes esperan que la cultura sea un servicio de entretenimiento para las élites y un espacio de consenso desprovisto de ideología. La precariedad de las personas que trabajan en cultura, la pérdida de la vocación pública de las políticas culturales, la excusa recurrente de enmascarar con cultura procesos de gentrificación, especulación y conflictos urbanos, son sólo algunas de las trampas que se esconden detrás de tal afirmación. Cabría preguntarse, por tanto, ¿hay algo más político que la despolitización de la cultura? Esa es una partida que no podemos perder.

Fue muy duro despedir el Festival ZEMOS98 y por delante solo tenemos incertidumbres y la misma precariedad con la que hace un año despedíamos el que era nuestro proyecto más importante (profesional y personalmente). Como decíamos al principio, trabajar de forma más situada e intervenir desde un espacio es uno de nuestros deseos. Pero mientras averiguamos si se dan las condiciones para ello, en nuestra hoja de ruta hay algo claro: queremos seguir trabajando y luchando para garantizar la cultura como un bien común en nuestra sociedad. La cultura como elemento de transformación social. La cultura como herramienta para la participación ciudadana. Porque la cultura es política.


Gracias a las personas que en apenas 10 días acogieron nuestra candidatura con ilusión y ganas y firmaron un compromiso por escrito con el proyecto: Antoni Muntadas, artista, Eugeni Bonet, artista y comisario, Federico Guzmán, artista, Clara Boj y Diego Díaz, artistas, Francisco MM Cabeza de Vaca, compositor, fundador de CO4 (Colectivo de composición contemporánea de Córdoba), Laura Lizcano, ex-presidenta de la Asociación Andaluza de Profesionales de la Danza (PAD), Elena Medel, escritora y editora de La Bella Varsovia, Córdoba, Manuel León Moreno, artista, Berta Sureda, ex-directora de actividades públicas del Museo Reina Sofia y actual comisionada de cultura en el Ayuntamiento de Barcelona, Marcos García, director de Medialab-Prado – Madrid, Rosa Pera, comisaria independiente, ex-directora del Bòlit – Girona, Mar Villaespesa, comisaria independiente, UNIA arteypensamiento, Óscar Abril Ascaso, productor cultural, ex-director artístico de Laboral Centro de Arte y Creación industrial, Tere Badía, directora de Hangar – Barcelona, Anna Ramos, Radio Web MACBA – Barcelona, Pedro G. Romero, artista,  Azucena Klett, que fue responsable de programación Intermediae – Madrid y actualmente asesora de políticas culturales en el Ayuntamiento de Madrid, Juan Insúa, director de CCCBlab – Barcelona, Yolanda Romero, que fue directora del Centro José Guerrero – Granada y ahora responsable de Conservación del Banco de España, Belén Sola Pizarro, Responsable de Departamento de Educación y Acción Cultural del MUSAC – Museo de Arte Contemporáneo de Castilla y León, José Luis de Vicente, comisario independiente, director de Sonar+D, Antonio Lafuente, Director del Departamento de Historia de la Ciencia, Centro de Ciencias humanas y sociales del CSIC. Director del Laboratorio del Procomún, Medialab-Prado Madrid, María Pallier, directora de Metrópolis (TVE), Alessandro Ludovico, editor revista Neural.it, Vivian Paulissen, Knowledge Manager European Cultural Foundation, Fer Francés, director de la Galería Javier López y comisario del MAUS Málaga, Ricard Robles, codirector de Sonar Festival – Barcelona, Ángel Mestres, director general de Trànsit Projectes – Barcelona / Madrid, Ángel Rueda, director de [S8] Muestra de cine periférico – A Coruña, Vanni Brusadin, director The Influencers, festival del CCCB – Barcelona, Flavio Escribano, fundador de Arsgames – Madrid, José Luis Paredes Pacho, Director del Museo Universitario del Chopo en México, Ricardo Antón, co-director de Colaborabora – Bilbao, Gabriel Villota, profesor Universidad del País Vasco, Laura Baigorri, profesora Universidad de Barcelona, Abu ali – Toni Serra, Artista y activista de Archivos OVNI, PIE.FMC, Plataforma Independiente de Estudios Flamencos Modernos y Contemporáneos, Araceli Corbo, Responsable de la Biblioteca – Centro de Documentación del MUSAC – Museo de Arte Contemporáneo de Castilla y León-,  y Antonio Molina, profesor Universidad de Sevilla, ex-asesor Córdoba 2016.

 

La imagen de cabecera tiene una licencia Creative Commons es de Julio Albarrán del  14 Festival ZEMOS98 – «Copylove: procomún, amor y remezcla».

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